El Sant sopar, Da Vinci / José Manuel Ballester

Estamos a punto de celebrar, como cada año, el Misterio Pascual y se oyen voces diciendo que, en esta Semana Santa, nada será igual: no procesionará la Esperanza, no sonarán los tambores, el Cristo no será presentado a los que lo quieran observar como el Salvador del Mundo, los perfumes del incienso y el olor a velas no impregnarán nuestras calles, la Verónica no nos mostrará, con las mujeres de Jerusalén, el bendito rostro del Señor, los sacerdotes, en tremenda soledad, celebrarán los Oficios con las puertas cerradas y el Domingo de Pascua, al proclamar la resurrección, nos faltarán los acordes de melodías triunfantes, gloriosas y emotivas que, suspendidas en el aire entre nubes de aleluyas, nos hagan sentir en el Encuentro una victoria de la vida sobre la muerte. Y todo ello por un fastidioso confinamiento que, debido a un “bichito” con nombre y número, nos está dejando muchísimos enfermos, muchísimos muertos, muchísimos problemas económicos y sociales, y con un horizonte nada halagüeño.

Quien así piense está en su derecho, pero también estaremos en nuestro derecho los que no pensemos de la misma forma y queramos expresar lo que sentimos de otra manera. Tenemos la oportunidad de vivir una Semana Santa tan especial que, quien no lo entienda, no sé si acabará viviendo, más que una vivencia del Misterio Pascual, una semana melancólica de recuerdos culturalmente trasnochados y vacíos de una verdadera sensibilidad cristiana ante el dolor, la pasión, la muerte y la resurrección del Señor.

Que semana tan hermosa y que gesto evangelizador sería poder identificar al Cristo que, sufriendo, ha llegado a la vida, y también a todos los personajes que lo acompañaron en aquellos acontecimientos, incluida su Madre, en la realidad que se nos impone, necesaria y contundentemente, a toda la humanidad en estos momentos.

Hemos aplaudido todos los días, no solo el Domingo de Ramos, a todos aquellos que están poniendo su vida para ofrecernos salvación en la sanidad, en los servicios. Les hemos ofrecido, con nuestras palmas de las manos, los “Hossana” con los que los niños hebreos, y todo el pueblo allí reunido, aclamaron a Jesús en su entrada triunfante. ¡Qué Domingo de Ramos tan hermoso estamos celebrando cada día  a las ocho de la tarde!

Hemos visto a Cristos flagelados y coronados de espinas (coronados con un “coronavirus” y flagelados por sus efectos) perdiendo sus trabajos con la incertidumbre añadida del mañana, tanto para ellos, como para sus hijos.

¿No habéis visto a la Verónica enjugando el rostro del Señor en los voluntarios y trabajadores de asociaciones, grupos y movimientos, intentando paliar la situación de los que pasan hambre estos días, elaborando mascarillas, creando hospitales de la nada, buscando provisiones, realizando, con este signo, una preparación esperanzada para un futuro nuevo y distinto?

Hemos podido contemplar a una multitud de Cireneos ayudando a llevar la cruz de tantos enfermos, ayudando a sus familiares y a los familiares de tantísimos difuntos, algunos simplemente con unas palabras a través los chats de las redes sociales.

¿Os ha parecido sencilla la procesión del silencio celebrada cada día, y en especial cada noche, y en los atardeceres en los que, asomados al balcón, solo se oyen en la lejanía los pasos de los “costaleros” que han portado al Cristo, sudoroso por la fiebre, en el “huerto” del Hospital?

¡Qué Ultima Cena tan fraterna nos unirá esta tarde en este obligado y necesario confinamiento! Todos unidos alrededor de la mesa, ceñidos y preocupados, y Él, el Señor, en medio de nosotros, dándonos aliento, el pan y el vino de la fortaleza, signos de su cuerpo y su sangre derramada por nosotros. Los Presbíteros y los Obispos celebrarán su ministerio sacerdotal en los Templos. ¡Qué oportunidad de reunirnos en torno a la mesa y celebrar, desde nuestro sacerdocio común, el hecho de que cada uno hagamos presente al Señor de forma espiritual, pero real, en su donación absoluta. El misterio lo podremos contemplar todos unidos a través de los medios de comunicación, retransmitiendo desde Roma, desde la Catedral, desde tu Parroquia, y tú con tu presencia harás posible la presencia del Señor en tu casa.

Y así, el Viernes Santo, rezaremos en la Pasión y adoraremos el gran misterio de la Cruz en Jesús y en  todos los que sufren y mueren por cualquier razón. Tendremos muy presentes a los enfermos, a sus familiares y amigos, al personal sanitario, al personal de servicios, ejercito, ONGs, etc, junto con todas las intenciones de todos los años. Y pasarán todos ellos en la procesión del Santo Entierro, unos como portadores, otros como músicos, otros como víctimas. No queremos que se nos olvide este año, ni nunca, que continúan muriendo migrantes en su “procesión” de búsqueda de nuevos caminos. No queremos que se nos olvide este año, ni nunca, que hay países en guerra, que hay hambre en el mundo, que no se respeta la dignidad de la persona humana, que siguen habiendo víctimas de la trata de personas, especialmente con fines de explotación sexual. No podemos olvidarnos de estas personas, ni hoy, ni nunca. Todos contemplaremos el misterio de la muerte y el entierro del Señor de una forma privilegiada este año, porque podremos ser todo lo que se quiere expresar con la procesión, podremos interpretar a todos los personajes en primera persona, sabiendo que “la muerte no es el final del camino”.

En la oscuridad de la noche del sábado al domingo veremos al Santo Padre, o al Obispo, o a nuestro Párroco anunciar la Resurrección con la convicción de que Él está vivo. Y la prueba más evidente de ello es que será posible, después de la muerte de esta pandemia, una nueva forma de pensar y de vivir en la que el otro se convierta en presencia viva del Señor (no en un número, ni en mi enemigo, ni en mi oponente…) con el cual estoy dispuesto a compartir, aunque sea distinto de mí.

Nos espera un Triduo Pascual magnífico, dentro de esta Semana Santa confinada. Creo que va a ser el mejor Triduo Pascual de mi, ya un poco larga, vida. Preocupados, derrotados, vencidos, abochornados, crucificados, muertos, esperamos, llenos de fe, la Resurrección. Buena Pascua.

J. Enrique Abad, Consiliario del Secretariado Diocesano de Migración